Mi nombre es Violeta by Santi Anaya

Mi nombre es Violeta by Santi Anaya

autor:Santi Anaya [Santi Anaya]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788408195092
publicado: 2020-04-01T00:00:00+00:00


16

—Dame ese justificante, que te lo firmo.

Obedezco a mamá y abro la mochila del instituto para entregarle la notificación que informa a mis padres de que me he saltado las tres primeras clases de la mañana.

—¿Rosa? —pregunta sorprendida al ver el color del papel que le entrego.

—Sí, no sé…, es rosa.

Y si se fija bien, verá que también le falta un pedazo. Una esquina que he cortado yo haciendo una doblez. Un recuerdo que he guardado dentro de la caja de bombones que me ha regalado Mario después de dibujar con rotulador una carita sonriente y apuntar la fecha de la mejor mañana de mi vida.

¡Ay, madre, qué hostia tengo!

—¿Y siempre es rosa? ¿O este solo se lo dan a las parejitas de enamorados? —suelta mamá esbozando la primera sonrisa desde que he llegado a casa y le he explicado que a Mario y a mí se nos ha pasado la hora desayunando y hemos llegado «tarde».

—Qué graciosa eres —suelto en un tono que deja muy claro que no me ha hecho gracia su broma—. ¿Me lo firmas, por favor?

Entonces mamá vuelve a ponerse seria.

—La última vez. ¿Sí, Violeta?

—Te lo prometo. No me salto ninguna clase más.

—Ni llegas tarde —añade mamá a mi promesa mientras saca un bolígrafo de su bolso con el que firma la notificación.

—Ni llego tarde —repito al ver que no suelta la justificación firmada hasta que lo hago.

Solo entonces me la da.

—Gracias —suelto dándole un beso por ser tan comprensiva como siempre.

—Va, guárdala en la mochila para que no te la olvides mañana y ven a la cocina a merendar.

Lo que traducido vendría a ser: «Déjate de besos y háblame de Mario mientras comemos algo».

La conozco como si me hubiera parido.

Mamá y yo tenemos una conexión especial. Siempre la hemos tenido. Desde bien chiquita a ella ha sido a quien le he explicado todo antes que a nadie. Sin embargo, reconozco que hasta ahora lo que le he explicado de Mario ha sido con cuentagotas porque me pongo roja solo de pensar en tener que explicarle mi primer beso con un chico.

—Mejor cojo unas galletas y me voy a mi habitación a hacer los deberes —digo intentando huir de ella de la forma más rastrera.

—Cómetelas en la cocina, que luego hay migas en la cama.

Traducido: «No te escaparás tan fácilmente».

—Bueno, pues ya iré luego. Ahora tampoco tengo hambre —respondo caminando hacia la habitación sin intención de detenerme hasta estar encerrada dentro.

—Violeta.

Ese «Violeta» que escucho casi cruzando el umbral no es autoritario, ni es un aviso de mamá para que le haga caso si no quiero cargármela. Es mucho peor.

¡Cuánto sabe!

Es una petición dulce que soy incapaz de ignorar, una súplica para que me detenga y la mire preguntando qué quiere:

—Dime.

—¿Seguro que no quieres merendar?

Si le digo que no, sé que no insistirá más. Nunca se pone pesada. Pero también sé que no le gustará.

—Vale, merendemos. —Mamá sonríe cuando le digo que sí—. Pero no me hagas preguntas. Te explico lo que yo quiera, ¿vale? —digo imponiendo mis condiciones.



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